martes, 23 de octubre de 2012



En el amanecer del ultimo día, el capitán de corbeta Eduardo Ignacio Llambí ordenará a los jefes de brigada que los guardiamarinas se presenten en formación. Lo harán de espaldas a la proa del buque formados por riguroso orden de promoción de babor a estribor.

Casi simultáneamente, el suboficial mayor, veterano de la Guerra de Malvinas, Presentación Rogelio Cari hará formar al personal de suboficiales y marineros de la nave; ellos lo harán sobre una banda, y sobre la otra formará la banda de música.

Minutos después, la plana mayor del buque escuela de la Armada de la República Argentina, formará con frente hacia la proa. Encabezará la misma el capitán de fragata Fernando Carro; jefe de Máquinas de la unidad y la 3er. jerarquía de abordo.

Los más de 300 hombres y mujeres formarán un perfecto cuadrado que tendrá un vértice abierto.

Cuando todo se encuentre listo, el oficial de ceremonia pronunciará las palabras protocolares: “Dotación al Sr. Comandante Capitán de Navío Pablo Lucio Salonio, vista derecha”. La banda ejecutará “Honores”, y el comandante de la Fragata ARA Libertad ingresará a la ceremonia seguido en un riguroso paso atrás por su segundo, Capitán de Fragata Carlos María Allievi.

Luego de los saludos militares correspondientes, el oficial de ceremonia se desplazará desde su atril hasta quedar frente al comandante y pedirá permiso para “Iniciar la ceremonia”. No lo dirá pero todos sabrán que se tratará de la última, al menos la última del 43er. viaje de instrucción.

Sin lugar a dudas, la entonación del Himno Nacional argentino será particularmente emotiva; pero habrá otro momento que lo será mucho más.

Seguidamente un guardiamarina argentino, y uno en representación de los invitados extranjeros, harán uso de la palabra.

El capitán Salonio esperará el final de esas palabras madurando las propias e, inevitablemente, llegará el momento menos pensado. El momento de dar la despedida a sus cadetes faltando aún 6 puertos para terminar el periplo original, y casi un mes y medio para la fecha de regreso al Puerto de Ciudad de Buenos Aires.

Faltarán los cientos de embarcaciones deportivas que, año tras año, se aglomeran en Rada La Plata para acompañar a la Embajadora de los Mares en sus últimas millas náuticas. No estarán los gavieros engalanando las gavias con sus uniformes de época, y lejos quedarán los gritos de alegría de cientos de familiares y amigos de la dotación agitando sus pañuelos. Mucho menos la plana mayor de la Armada y las otras fuerzas esperando la colocación de la planchada para subir al buque.

Salonio estará solo.... la soledad del comando en su máxima expresión. Sus palabras tratarán de confortar a una dotación que, en instantes más, será diezmada por la incompetencia de la política llevada a su máxima expresión.

Él sabrá, sin duda, que está escribiendo una página vergonzosa de la historia naval argentina y mundial. Él sabrá, como todos lo sabemos, que no es su culpa.

Cada uno de sus subordinados lo mirará fijamente, no solamente por el respeto que se supo ganar en los meses de la travesía sino porque en minutos dejará de ser su Comandante, su superior y referente.

Manteniendo ese paso atrás, el segundo comandante estará cuidando la espalda de su superior, tal como lo hizo durante los 2 años que le tocó ser edecán naval de la por entonces ministra de Defensa, Nilda Garré. Claro está que esta vez se encontrará secundando a una camarada y no al enemigo.

Las palabras del Comandante –que al momento de escribir esta nota son imposibles de predecir– finalizarán invariablemente con la ultima orden: “Desembarcar”.

Como broche final la dotación entonará la Marcha de la Armada, y sería imposible no adivinar quiebres de voz cuando la tropa formada entone “... Y no ha de arriar su pabellón ningún bajel de mi nación, si queda abordo un guapo marinero. Criollo y por tal varón al pie de un cañon...".

Se dará por finalizada la ceremonia, habrá abrazos, saludos formales y de los otros, los del afecto. Un par de ómnibus, diligentemente conseguidos por la embajadora en Nigeria, María Susana Pataro, estarán esperando y en menos de 2 horas solo quedarán abordo un puñado de hombres; solo lo justo y necesario para atender las necesidades básicas del buque.

El capitán Salonio guardará su sable de mando, escribirá en su bitácora las novedades y seguramente mirará el retrato de Guillermo Brown mientras recuerda la frase del prócer:

“Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”

¿Lo entenderá nuestra Comandante en Jefe? El canciller seguro que no.